lunes, 25 de febrero de 2013





He tenido el privilegio de ver El Fantasma de la Ópera en uno de los mejores teatros de Londres. No es mi primera vez viendo el musical en directo, sino la tercera, pero, ¿qué puedo decir? Simplemente es una obra que me fascina en todos los aspectos.

No soy una persona que adore los musicales. Eso de que te estén contando una historia y que de repente se pongan a cantar… me suele hacer poca o ninguna gracia. Sí, yo era de las niñas que cuando en las películas de Disney se ponían empezaban las canciones miraba hacia otro lado. ¿Qué queréis que os diga? Me daban vergüenza ajena. Como ver a alguien en una reunión de té echando leche a su infusión de frutos rojos y mora. Sin embargo, de algunos musicales puedo decir que la música y la historia están entretejidas de una manera tan intensa y perfecta que no puedo menos que quitarme el sombrero. Este el caso de Los Miserables y Westside Story, los otros dos musicales que no me importaría ver una segunda vez.

Pero es que El Fasntasma de la Ópera aún lo vería una cuarta, sin dudarlo.
Me gustan todas y cada una de las canciones. La música es preciosa hasta el punto de emocionarme. Nunca lloro con las películas, no importa lo tristes que sean –aunque sufro, eh, que no soy de piedra-. Pero por alguna extraña razón la música consigue tocarme directamente en la fibra sensible y arrancarme alguna que otra lagrimilla.

Y la historia es de lo más interesante. Está basada en un libro –que no he leído, por cierto- pero que creo que en el musical, teniendo en cuenta que dura unas dos horas y pico, han sabido transmitir muy bien. Todos los personajes están bien definidos. Especialmente me gusta el Fantasma. No entiendo por qué al final Christine se queda con el vizconde. Que sí, era más joven y más guapo. Y tenía un título nobiliario y dinero. Sin embargo, el Fantasma representa algo más. Es el genio, el impulso creativo que todo artista necesita. Compositor y cantante, ¿qué más se puede pedir? El trabajo de escritora es solitario, pero no me importaría encontrar a mi alma gemela en, digamos, alguien que por ejemplo quisiera ilustrar mis palabras con imágenes. Por eso pienso que yo, en el lugar de Christine, si me sintiera de verdad una artista de esas que dedican la vida al arte (como Isadora Duncan y sus inspiradoras danzas) me lo habría pensado dos veces. El amor de Raoul, le vizconde, se transmite en todo caso como algo entrañable, un recuerdo de la niñez, y más tarde con un ardor típico de la juventud –ardor que es fruto del enamoramiento que, por cierto, se apaga rápido, siempre antes de lo que uno espera-. Pero la relación que une a Christine con el Fantasma es más apasionada, erótica. Si el hombre en cuestión tiene dos caras –casi en el sentido estricto de la palabra- es solo una pieza más del misterio. Y yo soy de esas personas a las que les encanta resolver rompecabezas, cuanto más complicados mejor. Pero claro, en las historias, por lo general, la chica tiene que quedarse con el hermoso rico que ha venido a salvarla. Que ella se fuera con el loco desfigurado que se dedica a componer música y matar gente cuando se enfada quedaría demasiado extraño, ¿controvertido, quizá? Y sin embargo algo me dice que el Fantasma al menos sí veía a Christine en su faceta más sublime, la de artista, mientras que Raoul se quedaba simplemente en lo banal: la belleza, la esposa.

Siempre me he quedado con la duda de, ¿qué hubiera pasado si Christine se hubiera quedado con el Fantasma? El personaje de ella es uno difícil de desentrañar, porque dependiendo de la actriz que la encarne puede tener desde un tono inocente y virginal hasta otro mucho más apasionado y seductor. ¿Es ella la víctima del Fantasma o juega con él? No se llega a saber muy bien de quién tiene miedo Christine, si de este hombre… o de sí misma, y las intensas pasiones que siente en su interior. Desde mi perspectiva, su dilema es uno al que todo artista se enfrenta. La elección entre el arte y la vida cotidiana, la que en teoría todos los seres humanos desean. Porque el camino del que busca la belleza (belleza entendida como algo capaz de contener cientos de matices y formas, no un mero estereotipo) es muchas veces incierto y lleno de desvíos y recovecos. Si elijes el arte elijes lo invisible, y se dice que el aire no alimenta. Ahora bien, la comida que se digiere mueve los engranajes del cuerpo pero no hace volar el alma. Entonces, ¿qué sufrimiento es más leve?

Christine se queda con Raoul porque la mujer bonita y pretendida tiene que acabar casada: y fueron felices y comieron perdices.

Sin embargo, yo no soy la única que se quedó pensando en que Christine bien podría haber seguido cantando en el teatro mientras se labraba un futuro ella misma. Hay una segunda parte de este musical –lo descubrí hace poco, y me quedé a cuadros-. Mucho me temo que nació de una mera estrategia comercial –el autor del primer musical quería aprovechar el tirón mundial que ha tenido su obra- y es cierto que el argumento tiene unos giros que calificar de surrealistas es quedarse corto… No obstante, en lo que al personaje de Raoul y su desarrollo respecta en esta secuela, la verdad es que no pude evitar sonreír. Te lo dije, Christine, te lo dije…

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