miércoles, 6 de febrero de 2013




En ocasiones las hay artistas dotados de una suerte de inspiración divina tal que, juntando unas palabras, unos simples párrafos, son capaces de resumir conceptos que otros dirían indescriptibles.

Este es el caso de Charlotte Perkins Gilman. Se ha hablado mucho de la mujer en la literatura. De su belleza, como la Helena de Homero; de su inocente bondad, como Doña Inés en Don Juan; de su papel de guía celestial, como la Beatriz de Dante. También como la madre bondadosa y entregada, cuyo arquetipo se realiza en el personaje de la Virgen María. Sin embargo, también hay un lado oscuro, un sufrimiento silencioso que todas las hijas de la Diosa hemos sentido alguna vez. No porque hayamos nacido con él -no nos equivoquemos, nadie sufre por gusto, y en esto las mujeres no somos la excepción- sino porque muchas veces la sociedad patriarcal es como un perro asustado que nos muerde. Y nosotras, claro, sangramos.

De este dolor, esta opresión, habla Charlotte en su historia El Empapelado Amarillo (The Yellow Wallpaper). Son apenas unas páginas narradas en primera persona, con un estilo claro y directo, como el que usa alguien que escribiera deprisa, con unrgencia, sabiendo que en cualquier momento puede ser sorprendido y por eso no puede entretenerse en adjetivos o subordinadas. Un estilo que transmite la tensión y claustrofobia de su protagonista sin necesidad de que la autora tenga deshacerse en explicaciones.

La historia es sencilla: una joven esposa es confinada en una vieja mansión de verano por su marido y su hermano, ambos médicos reputados. El orígen de sus dolencias -mentales- parece ser una depresión post-parto, ya que en un punto de la historia se menciona a un bebé del que la han separado y al que no le permitirán ver hasta que se encuentre mejor. Sin embargo, ante la imposibilidad de hacer nada que no sea estar tumbada en la cama, la protagonista empieza a ponerse cada vez más y más nerviosa. Angustiada por el empapelado amarillo de la estancia donde la obligan a reposar -ella quiso cambiarlo nada más llegar, pero su esposo consideró que era un mero capricho- empieza a imaginar formas en los relieves. Primero son imágenes abstractas que poco a poco se van volviendo más oníricas y hasta monstruosas. Al final, ella misma se cree parte del empapelado de la parez, confinada por siempre y jamás, atrapada pero al mismo tiempo liberada de toda esa 'racionalidad' -la de su esposo y médico- que ha sido lo que definitivamente ha acabado con su salud mental.

La historia me ha encantado. Me ha recordado a los cuentos de Poe, un escritor que también sabía navegar en la psique humana y mostrarnos sus esquinas más puntiagudas, sus aspectos más terribles. Me ha parecido muy interesante el uso de la palabra 'creep', que aparece varias veces en el texto. 'Creep' empieza siendo un adjetivo, cuyo significado es 'repugnante'. La protagonista lo usa para describir el viejo y húmedo empapelado de las parades. Pero luego 'creep' pasa a ser un verbo, cuyo significado es 'deslizarse' o 'trepar'. Primero son los motivos del empapelados los que se deslizan, cambiando de forma en su imaginación. Y finalmente es ella la que trepa para acabar formando parte del mosaico, devorada por su propia locura.

Los personajes secundarios están muy bien dibujados. El hermano médico ausente. El esposo, también médico, que se dirige a ella llamándola 'little girl' ('pequeña, niñita'). La hermana del esposo, que lejos de empatizar con ella se convierte en una silenciosa carcelera que acata la voluntad de los varones. (En este personaje se siente también una clase de reproche, quizá hacia la joven madre por no haber sido capaz de 'hacer frente a su papel', pues la única misión de la mujer desde tiempos inmemoriables ha sido la de criar, y  aquellas que fracasaban tenían que soportar el estigma).



Esta historia, de hecho, está basada en hechos reales y es autobiográfica. La autora, Charlotte Perkins, era una estadounidense nada puritana. De hecho, a la edad en la que la mayoría de sus contemporáneas ya estaban criando sus primeros hijos, ella sola ya se había labrado no solo una educación sino una carrera artística y literaria. Se casó, tras pensárselo mucho, a los veitiseis años (una edad algo tardía para la época) con un pintor. Un año después nació su primera hija, sumiendo a la escritora en una aguda depresión post-parto. En contra de la costumbre de la época, Charlotte acudió a un médico, uno de los neurólogos más reputados del país. La decisión que tomo no puedo ser más desacertada; el médico, tras diagnosticarla de 'nervous prostration' (cansancio nervioso) y tras un aislamiento severo, la volvió a mandar a casa con la siguiente recomendación:

'...devote yourself to domestic work and to your child, confine yourself to, almost, two hours of intellectual work a day and never touch a pen, a brush or a pencil as long as you live'.

(...dedíquese en exclusiva al hogar y a su hija, céntrese en hacer, al menos, dos horas de trabajo intelectual al día y nunca en su vida vuelva a tocar un bolígrafo, un pincel o un lápiz.)

Como puede observarse, es el consejo idóneo par una artista de la talla de Charlotte Perkins. Para suerte suya -y de nosotros, sus lectores- Charlotte tenía una depresión pero aún guardaba algo del sentido común que le faltaba a su neurólogo. Así que no dejó de escribir. En lugar de eso se separó de su esposo y se dedicó a viajar con su hija por toda la costa Este, al tiempo que se dedicaba a dar charlas y clases en las universidades -todas ellas de tinte feminista-. Y se le pasaron todos los males. Qué extraño, ¿verdad?

Sin embargo, su traumática experiencia con el neurólogo -no voy a mencionar el nombre- dio pie al relato del que he hablado antes. Huelga decir que le costó mucho publicarlo porque no casaba con los estándares de la época, y fue pretendídamente malinterpretado por la crítica que solo se quedó con la locura de la mujer y no con qué (o quién) se la causaba. Pero Charlotte lo tenía muy claro. En sus ensayos posteriores, llegaría a escribir que las mujeres son tratadas por la sociedad como caballos o vacas, en tanto que, como estos dos anteriores, su única función (permitida) es la de hacer más fácil la vida del hombre. La metáfora puede parecer un poco cruda. Pero es ampliamente conocido que la verdad no es una cara amable, sino, muchas veces, un cuchillo bien afilado.


Otra de las cosas que me ha gustado es la manera en que la autora presenta 'los nervios' femeninos.

'You see he does not believe that I am sick!

 And what can one do?

If a physician of high standing, and one's own husband, assures friends and relatives that there is really nothing the matter with one but temporary nervous depression -a slight hysterical tendency- what is one to do? [...]


Personally, I believe that congenial work, with excitement and change, would do me good.

But what is one to do?'

(¡Pero es que él no se cree que yo esté enferma!

¿Y qué puedo hacer?

Si un médico de conocida reputación, y al mismo tiempo marido, asegura a los amigos y familiares que no hay nada de qué preocuparse salvo una depresión nerviosa temporal -una ligera tendencia hacia la histeria- ¿qué se puede hacer? [...]


Personalmente, creo que un trabajo agradable, con interés, cambio, me haría bien.

¿Pero qué puedo hader?')


Las enfermedades de la mente no son tangibles y visibles, al igual que los espíritus. Pero eso no las hace menos reales. Además, lamentablemente, la condición de histeria, nervios o sensibilidad se ha asociado siempre con la mujer. Si el hombre es racionalidad, la mujer tiene que pertenecer por fuerza al mundo de lo incomprensible. Y lo que no se entiende se teme y se desprecia a partes iguales. ¿No podría ser esta una sencilla explicación a la situación de la mujer a través de la historia?

Irracionalidad. Ahora bien, yo tengo una pregunta. En El Empapelado Amarillo, ¿quién es el que verdadero loco, la mujer o su médico y marido? La locura de alguien que se ve apartado de sus amigos, familia -e incluso de su única hija- para terminar encerrada en una habitación sin poder realizar ninguna actividad productiva es poco menos que entendible. Sin embargo, la crueldad de alguien que condena a otro ser humano -más específicamente a otro ser humano que supuestamente ama- a semejante tortura, tiene muy poco de racional y mucho de ignorancia.

Asi que, por favor, no dejéis jamás que nadie os encierre nunca en una habitación empapelada de amarillo.





2 comentarios:

Taibele dijo...

Tus reseñas invitan a leer las obras.

zals dijo...

es el tema de lilith o la femme fatale, la mujer fatídica de fines del s xix, que todavía sigue...