sábado, 16 de febrero de 2013




Corría el año 1945 cuando un sol más brillante que mil soles iluminó por primera vez las antiguas calles de la ciudad de Hiroshima.

De lo que allí aconteció se sabe poco. Los médicos estadounidenses que trataban a las víctimas mientras se volvían unos momentos para anotar en su libreta datos científicos, guardan silencio. Y a Hara Tamiki, el primer testigo, le aculsan de sensible, artista afeminado e hipocondriaco que no supo (o no quiso) sobrevivir al Apocalípsis.

En 1945, la Universidad de Edimburgo, conmovida, como el resto de Europa, realizó una donación a la Universidad de Hiroshima, de la que probablemente poco quedara entonces salvo el nombre y la idea abstracta de lo que una vez había sido el Japón todopoderoso e imperialista. Dicha donación consistía en seis libros (¿literatura escocesa?) y dos libras, que tenían como objetivo el servir de sustento para la plantación de un árbol.

Tamaño gesto conmovió tanto a los habitantes del país del sol naciente que hoy, sesenta y ocho años después, han enviado una carta de agradecimiento para la Universidad de Edimburgo... y unos presentes.

Dichos presentes nos los ha mostrado el profesor hoy en clase, con los ojos brillantes de la emoción. Son tres rocas. Pedazos de edificio. Procedentes del epicentro de lo que fue la primera bomba atómica que estalló en la historia. El profesor nos ha mostrado esa cara de la roca con un relieve extraño, antinatural, el efecto de un intenso calor, ese más abrasador que el de mil soles.

Yo las he sujetado la primera. Como os `podéis imaginar, no fue una sensación agradable. Dicen que las piedras están muertas, pero quien sabe si ni es que guardan recuerdos. Las pase enseguida a los compañeros.

-¿No serán radiactivas? -le pregunté, medio en broma al profesor.

-No, qué va, el efecto se habrá pasado ya hace tiempo -me respondió con una risita nerviosa. Y supe que, aun con todo, él no pensaba guárdarselas en su despacho.

Es un regalo curioso. ¿En respuesta, quizá, a la evidente tacañería de una universidad europea? Pues no hay árbol cuya sombra proteja de ese sol que brilla más que mil soles.

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