sábado, 23 de febrero de 2013



En la National Gallery las paredes no tienen ventanas, pero sí mil ojos; los de cientos de rostros que observan, desde otros tiempos, a los intrépidos -solo unos pocos, entre la intensa marea de turistas- que se atreven a mirarles con fijeza, sin miedo. Y si no son rostros, son entonces los paisajes imposibles de Turner o las naturalezas muertas desagradablemente reales de algún holandés de nombre improunciable.

El que visita la National Gallery  se siente quizán agobiado por la masa de gente que solo corre a ver los girasoles de Van Gogh (porque aparecían en el Top Ten de sus guías turísticas) y también sobrecogido ante esa otra gente -ya muerta, no lo olvidemos- que observa desde ese marco atemporal que es el lienzo.

Si pudiéramos ellos pudieran hablar -los de los cuadros- la National Gallery sería cientos de veces más ruidosa. Y ni el más imponente de los vigilantes podría acallar con su mirada severa e inglés educado todas las cosas que ellos tienen que decirnos...

1 comentario:

La Esteticién Del Capitán Spock dijo...

Me encanta lo que planteas.. Si pudieran hablar esos personajes... Pufff qué mareo me da pensarlo.

He recordado que cuando he estado en Londres siempre he procurado ir a la National Gallery y quedarme tiempo en la sala de Canaletto. No me preguntes por qué, pero me fascina y puedo tirarme horas allí.

Por supuesto, Van Eyck, El matrimonio Arnolfini. Ese es otro cuadro de los que te enganchan con su misterio. Gracias por traerlo