jueves, 31 de enero de 2013




Hoy he visto esta película por pura casualidad. Pensaba que iba a ver una de las obras maestras de la filmografía japonesa pero de repente una imágen en color ha aparecido en la pantalla... y me he dado cuenta de que, evidentemente, había sido engañada.

Pero no me quejo. Para cuando me sentaba en la butaca de la sala de proyecciones, el nivel de estrés de mi día había alcanzado proporciones épicas. Hay veces en las que estar nerviosa solo te pone aún más nerviosa. Sin embargo, nada mejor para curarme que esta película. Lentitud. Planos que transcurren como las páginas de un libro. Música de Ryuichi Sakamoto. Argumento basado en una novela de Murakami.



Tony Takitani es una película murakamiana, si es que tal adjetivo existe, y aunque parezca una obviedad como la copa de un pino, es que no hay mejor manera de describirla. Haruki Murakami es un escritor ampliamente conocido en España y Reino Unido. Tiene un estilo muy particular a la hora de escribir (aunque yo estoy plenamente convencida de que debe perder muchísimo con las traducciones; el lenguaje japonés, al tener un sistema diferente al del alfabeto, pierde al ser traducido al mismo en algunas ocasiones). Sus argumentos también son muy reconocibles: una mezcla de melancolía, mundo orínico, erotismo, Segunda Guerra Mundial y una suerte de extraño romance. Sé perfectamente que el elenco de sus personajes es reducido y suele repetirse de novela en novela. De hecho, el protagonista es siempre él mismo. (Sé que es pretender identificar al personaje principal de una obra con su autor puede llevarnos muchas veces al error más absoluto, pero aunque no conozca a Murakami-san personalmente, tengo una intuición al respecto, intuición que se ha visto confirmada tras la lectura de diversos artículos y ensayos suyos que poco tienen que ver con lo literario pero sí con lo bulle en su cabeza).


Una vez un crítico comparó el efecto de los libros de Murakami con el del opio. No puedo estar más de acuerdo con esa metáfora. En sus historias no suele haber una acción trepidante. Es más, los argumentos suelen repetirse bastante. Y aún así, la atmósfera, el tono, el ritmo de sus palabras consigue engancharme desde la primera página. Es como la mano hermosa de una mujer, blanca, de uñas cuidadas adornadas con un esmalte claro, una mano perfumda y sugerente que te agarra y te lleva por diversos mundos sin que tengas tiempo ni fuerzas para resistirste. No importa que el libro tenga cientos de páginas: siempre deseo llegar al final, conocer los secretos que se ocultan tras esos mundos cotidianos de Murakami que a la vez están llenos de sombras oscuras y terribles... y también luces ocasionales, las que muchas veces deja entrever con sus finales abiertos y siempre optimistas.




Murakami debe de ser, no obstante, un japonés raro. Un outsider. Como la mayoría de los personajes de sus obras. Él mismo declara que no le gusta ni le gustó jamás realizar actividades en grupo.  Y esto, viniendo de una persona nacida en una sociedad donde el sentimiento colectivo es lo que dicta las normas morales y éticas, es toda una declaración de guerra. Tal vez por eso sus libros gusten más fuera de Japón que entre sus fronteras. ¿Entenderán los japoneses aquello que Murakami intenta describir? ¿O les parecerá un cobarde, un simple escritorzuelo que habla de Brams y Beethoven, de Grecia e Italia en sus libros pero casi nada de la cultura original japonesa y encima reduce la figura del Emperador a un simple juego de palabras?

Qué importa. Murakami es, al día hoy, un escritor de renombre internacional, y eso debería bastarle.



Tony Takitani es una película que habla de la soledad. De lo poco que sirve intentar aislarse, aunque no sea por rabia sino porque no conocemos otra cosa. No me cansaré de repetirlo -y esta frase lleva camino de convertirse en un tema bastante recurrente en mi blog- pero no somos una isla. A veces esta frase me alegra, otras, en cambio, me hace resoplar (como ahora). No sé por qué demonios vivimos con rodeados de gente, pero de alguna manera así es, y eso tiene que significar algo. Además, no importa donde mires, o lo que hagas o intentes no hacer. En algún momento de tu vida te verás reflejado en otros ojos y querrás nadar en ese estanque, si no para siempre, al menos sí un rato. De eso habla la historia de Tony Takitani. Aunque también toca otros temas interesantes, como las diversas estrategias de las que se sirven los humanos para llenar ese vacío que todos sentimos en nuestro interior.



El sentimiento de desolación interna es uno de los más intensos y anulantes que he experimentado nunca, y creo que no debo de ser la única. A veces busco la compañía de otros, una charla superficial me basta, para huír de ello. Otras intento comer chocolate o, por lo contrario, dejar de comer. Más a menudo me dedico a navegar por internet sin ningún objetivo en concreto. Y últimamente intento calcetar, pretendiendo que me gusta, aunque realmente aún no estoy segura. Otras personas harán otras cosas. Como dibujar maquinaria con todo detalle, o compras toneladas de ropa de marca. Lo que está claro es que todas esas 'huídas', lejos de curarnos del mal que nos aflije, nos envenenan aún más. Qué hay qué hacer para liberarse del vacío, de la Nada que Michael Ende tanto temía pero que habita en nuestro interior, no lo sé. No tengo ni la más mínima idea.

Pero lo que sí tengo muy claro -y me he dado cuenta hoy, una vez más, mientras volvia caminando a casa, con un viento huracanado- es que cuando hablo de escribir, de coger un lápiz y echar a volar mi imaginación (o en su defecto, acariciar un teclado de ordenador) una alegría intensa eleva mi espíritu, y durante unos instantes el vacío no es vacío, sino un estanque profundo en el que puedo sumergirme para buscar nuevas ideas, y cuya tierra del fondo es el abono que hace fértil mi imaginación... Y nada, ni la universidad, ni el japonés, ni el intentar hacer amigos, ni los viajes, ni la comida, ni el dinero... nada puede asemejársele.

Por eso estoy escribiendo ahora, para vosotros. Entregándoos con todo mi amor aquello que mejor sé hacer.

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